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Dolores, acogedora: “Ver que los niños acogidos aprenden a vivir en familia es una de las mejores cosas”

Dolores González Varela y Pablo Pino Lago viven en Ponteareas con su hija Sara y forman parte de la red de Familias Acogedoras de Cruz Roja en Galicia desde 2015. Un año después acogieron por primera vez a una niña recién nacida, que estuvo con ellos hasta los tres años y medio. Después de esta pequeña han recibido en su casa a otros dos bebés, el último tiene 9 meses y ha llegado hace tan solo tres semanas. “Estamos contentísimos. Es un niño super bueno, muy tranquilo y muy alegre. Es una maravilla”, cuenta feliz Dolores.

 

“Los bebés dan el trabajo de un bebé, físicamente es más agotador, pero psicológicamente es más fácil porque no tienen ningún tipo de bagaje detrás, ni recuerdos o experiencias que le pudieron marcar”, comenta esta acogedora que también explica que el acogimiento “es algo que siempre me apeteció hacer. Desde pequeña, mi madre siempre nos inculcó que había que ayudar a otros niños. En la aldea, conocíamos a niños que vivían en familias desestructuradas y mi madre siempre les ayudaba en lo que podía. Un día se lo propuse a mi marido y le pareció una gran idea”.

 

Las familias son uno de los pilares fundamentales de cualquier persona. Este hecho se hace todavía más evidente cuando se trata de menores, pues en esta etapa se sientan las bases que los marcará el resto de su vida. Cruz Roja y la Xunta de Galicia desarrollan el programa de Familias Acogedoras para proporcionar una atención temporal a aquellos niños, niñas y adolescentes que, por diferentes circunstancias, tienen que estar alejados de su familia de origen.

 

No niegan que uno de los momentos más difíciles de todo el proceso es la despedida. “El momento de la despedida es muy muy duro. Te rompe el alma. Aunque cada vez es más llevadero. En nuestro caso, estamos muy satisfechos con los finales que tuvieron esos menores, porque pudieron ser adoptados y sabemos que están bien, lo que nos da mucha tranquilidad y eso es lo más importante”.

 

En estos casos, la bondad supera el miedo a la despedida y ver crecer a esos pequeños es una de las mayores recompensas para estas madres y padres que realizan una labor inestimable. Tienen claro que una de las mejores cosas es “saber que están aprendiendo lo que es una familia. Muchas veces provienen de familias desestructuradas y eso puede hacer que se repitan roles. Al estar con una familia de acogida, estos menores tienen vivencias de un niño cualquiera, cosas del día a día muy normales a las que no les damos importancia, como salir al parque, tomarte un zumo en una terraza o ir a la playa, pero que si estuviesen en un centro no vivirían. Les faltarían las rutinas típicas de una familia”.

 

En el caso de esta pareja, el acogimiento también ha resultado muy beneficioso para su hija Sara de 10 años, que desde muy pequeña se volcó siempre en ayudar a los niños acogidos en su casa, lo que supone uno de los mayores orgullos de sus padres. “Nuestra hija se lo tomó siempre muy bien. En el primer acogimiento era un poco pequeña, tenía 5 años, y fue fenomenal. Compartió siempre todo y ahora colabora en todo lo que puede y está muy pendiente de ellos para atenderlos. Además, le ha venido muy bien porque ha ganado autonomía e independencia”.

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