Los corresponsales de guerra son la voz y los ojos de las personas que viven situaciones que nos acercan a realidades que no conoceríamos si no fuera por su trabajo. Antonio Pampliega, reconocido periodista que forma parte de ese grupo, se ha embarcado en 2020 en un proyecto que lo ha traído de vuelta a casa, a ejercer su profesión en su país y dar vida a Regueiros, un documental sobre la labor de Cruz Roja durante la pandemia. Hoy reflexionamos con él sobre este proyecto, su trayectoria profesional y el futuro que imagina tras la Covid-19.
¿Cómo llegas a ser periodista especializado en zonas de conflicto?
La verdad es que me decidí por esta profesión porque mi sueño siempre había sido ser periodista deportivo. Sin embargo, mientras estudiaba se sucedieron tres hechos importantes que fueron el 11 de septiembre y las invasiones de Afganistán e Irak. Tras estos acontecimientos en la universidad tuvimos la oportunidad de conocer el trabajo de un fotógrafo iraní que se llama Reza y trabaja para National Geographic, quién nos contó a través de sus fotografías y vídeos qué era Afganistán y quienes eran los talibanes. Eso, unido al hecho de que un profesor de la universidad nos animaba a leer mucho a los compañeros que estaban sobre el terreno cubriendo la guerra, hizo que decidiera hacer lo mismo que ellos. Y así empecé. El primer viaje fue en enero de 2008, tenía 25 años y fue a Bagdad (Irak). Había terminado la carrera y estado un par de años de becario en Diario AS, y creo que fue una de esas locuras de juventud porque apenas sabía hablar inglés y lo cierto es que no sabía dónde me estaba metiendo.
A través de las historias que cuentas abres una ventana a un mundo que muchos desconocen. Las desgracias de la guerra de Siria, la vida en Afganistán, la importancia de vivir y no rendirse, la inmigración o el tabú de la muerte. ¿Qué te impulsa a ser los ojos y la voz de las personas que aparecen en ellas?
El inicio está en una experiencia que tuve en Siria en el año 2012, en un entierro de un muchacho que debía de tener unos 15 años y al que había matado un tanque de Al-Assad. A pie de tumba, en el cementerio, estaba su abuela. Se levantó, vino hacia nosotros y nos comenzó a decir en árabe que estaba rezando para que pudiésemos salir de allí y le contásemos al mundo cómo los estaban matando. En ese momento me di cuenta de la importancia que tiene lo que estamos haciendo. Sin nuestras fotografías, vídeos o texto el mundo es mucho más oscuro e ignorante porque no sabe lo que está ocurriendo. Cuando nació Instagram decidí hacer justo lo contrario a lo que se muestra en esta red social, es decir, intentar impulsar estas historias que no tienen cabida en medios de comunicación y que son una bofetada de realidad. A mí me gustaría que, por lo menos los que me siguen, no pierdan la perspectiva de dónde estamos porque esto mañana cambia y somos nosotros los que tenemos que coger la patera de vuelta.
Siria, Afganistán, Irak… y, de pronto, España. ¿Cómo ha sido la primera experiencia trabajando en tu país y en un momento histórico como el que estamos viviendo?
Lo cierto es que no me hubiese gustado trabajar en mi país porque eso significaría que no estaríamos viviendo una pandemia en la que ha enfermado y fallecido tanta gente como lo ha hecho. Quitando eso, para mí ha sido un privilegio poder trabajar aquí, contando y viviendo en primera persona un momento histórico como ha sido la Covid-19. La verdad es que estoy muy agradecido a Cruz Roja por haber confiado en mi trabajo y en mi persona para dirigir este proyecto.
Si tuvieras que definirlo en pocas palabras, ¿qué ha supuesto para ti Regueiros?
Nunca había dirigido un documental, siempre los había presentado o había participado como cámara o guionista. En este sentido, ha sido un reto y un desafío poner en imagen lo que está ocurriendo en España, pero viendo el resultado creo que lo hemos conseguido.
¿Cómo fue el rodaje?
En líneas generales fue bastante raro: el hecho de poder movernos por la provincia de A Coruña mientras la gente estaba en su casa, de entrar en los hogares de los protagonistas, hacerles las entrevistas con mascarilla, no saludarlos, tocarlos e intentar mantener la distancia… Nunca había trabajado con estas medidas de seguridad y protocolos y creo que fue un reto para todos, los protagonistas y el equipo.
¿Con qué dificultades os encontrasteis?
La primera dificultad fue el tiempo. Normalmente para hacer documentales el período de pre-producción puede ser entre dos y tres meses. Nosotros tuvimos una semana o diez días. Otro tema fue tener el trato directo con los personajes en estas circunstancias, es decir, los protagonistas son los que son, a algunos la cámara les impone, otros no comunican bien… Hay que saber guiarlos y empatizar con ellos. Pero esos son retos que ocurren en todos los documentales y reportajes de televisión. Hay que tener en cuenta que este producto se ha grabado y se ha montado con una pandemia de por medio, es decir, nosotros habíamos podido tener mucho más tiempo e ir a Galicia una primera vez a entrevistar a todo el mundo, ver dónde íbamos a grabar, pero eso era totalmente inviable. Creo que para las circunstancias en las que lo hicimos el documental ha sido muy bueno y el equipo ha realizado una grandísima labor. Normalmente un material de este tipo tiene un año entre rodaje, postproducción, etc. y nosotros lo hemos hecho en tres meses.
¿Y qué sacas de positivo?
Creo que haberme metido en casa de todos los protagonistas y que nos hayan abierto las puertas. Quedarme con sus historias e intentar que el día de mañana, dentro de diez años, quien vea este documental empatice con ellos y diga “mi caso es parecido o mi abuela pasó por esto”, y lo valoren.
¿Con qué te quedas de las historias que aparecen en Regueiros?
Me quedo con la soledad de Manuel, que es uno de los primeros personajes que aparecen en el documental. Es un señor de ochenta y muchos, que vive solo en Betanzos y, como muchos abuelos de Galicia, ha tenido que sobrellevar la pandemia en soledad. Me daba ternura pensar en todos esos abuelos que estaban en esa situación, que lo habían pasado solos y que muchos de ellos habían fallecido en soledad. Y piensas que nadie merece morir así. También está la historia del otro Manuel, que es un muchacho en situación de calle al que la pandemia le ha abierto los ojos y dice se ha cansado de estar solo, que se ha dado cuenta de que necesita un pareja, hablar de sus cosas… Creo que son las historias que más afectan y con las que más puedes empatizar. Y luego, obviamente, está la historia de la familia de Sada, con Erika. De seis miembros, tres de ellos tienen la Covid-19 y son las hijas pequeñas las que se encargan de la casa. Como decía Sofía, que era la mediana, “tenía a mis padres en el salón, les dejaba la comida pero no les podía abrazar, no podía hablar con ellos, no podía hacer absolutamente nada”. Te das cuenta ahí del poder que tienen los abrazos, esos que nos han quitado y que no sé si nos van a devolver porque por culpa de la pandemia creo que abrazar o tocar, por lo menos a gente que no conoces, se ha acabado.
Para escribir el libro “Las Trincheras de la esperanza” tuviste la oportunidad de conocer el trabajo de Cruz Roja en el mundo a través de la trayectoria profesional de Alberto Cairo. Ahora que conoces mejor la labor de la Organización en España, ¿qué similitudes y diferencias encuentras?
En cuanto a diferencias fundamentalmente es el contexto. El trabajo que realiza Alberto se puede comparar muy a grandes rasgos. Sin embargo, el objetivo final de Cruz Roja es ayudar a los demás y tener siempre las puertas abiertas, y creo que durante la pandemia lo habéis hecho igual que lo hizo Alberto durante las guerras civiles en Afganistán o con la situación de los talibanes.
Como periodista especializado en zonas de conflicto, ¿qué papel crees que deben jugar las organizaciones no gubernamentales para dar cuenta de todo ello?
Creo que lo que tienen que hacer es centrarse en las historias porque al final lo que llega a la gente son las vivencias de otras personas con nombres y apellidos. Creo que ese es el acierto de Regueiros. Ver a Erika diciendo que cuando pides ayuda ésta llega de forma rápida y de verdad, y que sin Cruz Roja no hubieran podido aguantar la pandemia porque nadie les hubiera llenado la nevera, ya lo tienes.
Has tenido la oportunidad de ver muchos desastres provocados por el ser humano. ¿Qué es para ti la humanidad?
Es el mayor fracaso de la historia. Somos una sociedad capaz de poner un hombre en la Luna o meter un robot en Marte, pero a 4.500 kilómetros de España, en Siria, Estado Islámico crucificaba a gente como hacían en tiempos de Cristo hace 2.500 años. Llevamos matándonos toda la vida y lo seguiremos haciendo porque está en el ADN del ser humano. Imagino que por todos los años de experiencia que tengo sobre el terreno viendo las cosas que he visto, hace mucho tiempo que he dejado de creer en el ser humano. Es cierto que luego personas como Alberto Cairo te vuelven a abrir los ojos y a reenganchar con lo que es la humanidad pero él es una isla en el océano. Además me he dado cuenta de la falta de empatía. Muchas veces me pregunto por todos esos valores que se dan en la escuela, dónde los hemos dejado, en qué momento nos hemos olvidado de ellos.
Acabas de ser padre. ¿Qué futuro crees que les espera a las próximas generaciones?
Pues vamos a verlo porque la pandemia lo va a cambiar absolutamente todo, pero imagino que vivirán lo mismo que nosotros: más guerras, desigualdad, hambrunas… Lo que pasa que cambiaremos los conflictos de petróleo, de oro y de diamantes por los de agua dulce porque nos estamos cargando el planeta, que esa es otra.
Una de las protagonistas de Regueiros habla sobre la pandemia y la necesidad de que nos lleve a la reflexión individual y colectiva sobre nuestra forma de vivir. ¿Es posible?
Creo que le tendríamos que hacer esa pregunta a Rebeca ahora, un año después, para conocer su respuesta. Por mi parte lo tenía claro cuando se la hice y hoy un año después también. Esta pandemia ni nos ha cambiado, ni hemos salido más fuertes ni mejores, todo lo contrario. Nos ha abierto los ojos y nos ha enseñado qué tipo de sociedad somos y seremos en el futuro.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Estoy trabajando en un documental sobre los diez años de la guerra de Siria con todo el material de archivo que estuve grabando sobre terreno. Además, en otoño presento mi primera novela, que coincide con los 20 años de la guerra de Afganistán y trata de una niña de 14 años que a través de sus ojos nos permite sumergirnos en ese Afganistán de oscuridad que vivieron las personas con los talibanes durante cinco años. Y me encantaría volver a trabajar con Cruz Roja en un futuro.